FERNANDO
Y fue su carita la que le hizo sentirse llena de vida, por fin a sus 35 años conoció lo que era la verdadera felicidad. Fue madre. Sus manitas inocentes, su piel fina y blanquecina, sus uñitas largas y su pelo abundante y negro. Pero no todo había sido así de bonito, fueron 48 horas de verdadero sufrimiento. Y su vida parecía no tener sentido en esas primeras horas de la vida del pequeño que casi pasaron a ser las últimas de la madre. De no ser porque sucedió un milagro hoy no se estaría relatando la historia más grande jamás contada, al menos para ella, en verdad no se sabe si puede interesarle a alguien más aparte de toda esa gente que estuvo a su lado pero que fue real de eso que no quepa ni la menor duda.
Fue un embarazo de lo más normal, aunque no fue buscado, pero teniendo en cuenta la cantidad de mujeres que hoy en día no pueden tener hijos ella era incapaz de acabar con algo que no pretendía pero que en realidad le hizo sentirse llena de vida, y no sólo por lo que estaba creciendo dentro de ella, si no porque estaba cambiando su forma de ser y de creer que por fin algo bueno le estaba sucediendo.
Cuando se acercaba la hora del parto el niño parecía que estaba muy cómodo en su posición, justo al revés del resto o como médicamente y por naturaleza debería y le dijeron que probablemente habría que hacer una cesárea que le programaron para el 24 de noviembre, pero lo que no sabía es que el destino le tenía preparado otro acontecimiento desesperado que iba a ser el que cambiaría su vida para siempre, más allá de la maternidad o el de traer un niño al mundo, que hoy en día ya es algo complicado y que hay que pensarse mucho.
En la medio madrugada del 16 de noviembre, a eso de las 5 de la mañana, ella estaba tumbada en su cama y sintió dolores y escalofríos que recorrían su cuerpo, su pareja se fue a trabajar, pero no había ni salido por la puerta de casa cuando ella le llamó por teléfono para decirle que tenía que volver, no se encontraba bien, algo no iba como debería y creía que estaba de parto, al ser primeriza todo era novedad para ella. Se lo comentaron en su última visita en el hospital, que el bebé podría adelantarse y entonces no era más que ir allí y practicar una cesárea de urgencia, pero no todo iba a ser tan fácil, como todo lo que a ella le llevaba pasando desde que tenía uso de razón, todo se antojaba complicado, teniendo que engañar a su poca suerte para poder salir adelante con una medio sonrisa que hacía ver que nunca estaba complacida por lo que la vida le iba poniendo a sus pies, que metafóricamente hablando, siempre estaban descalzos.
Cogieron el coche y se fueron de inmediato, saltándose los semáforos, pero no era para tanto la ilegalidad de sus actos, era la mañana de un domingo y demasiado temprano como para provocar accidentes o algo que pusiera en peligro la vida de alguien más. El riesgo lo llevaba ella dentro de su cuerpo y aún no lo sabía.
Cuando entraron por la puerta de urgencias y subieron al reconocimiento de la matrona todo estaba en el aire, no había anestesista, ni médicos cualificados, el hospital era relativamente nuevo y fallaban muchas cosas. Ella acabó sangrando, veía salir el chorro de ese líquido espeso y rojo entre sus piernas y sufría por los dolores que aún hoy nadie sabe, pero seguro que se sumaban los de una contracción a los de algo más que a día de hoy ella cree que era la muerte, y eso sí que es insoportable, ella luchaba por todo lo que tenía que aguantar y nadie sabía. Pasaron horas hasta que por fin vinieron los médicos y la metieron a quirófano, un pinchazo epidural en la médula para anestesiar la zona y poder cortar, un desgarro invadió su cuerpo, el olor a quemado de su propia carne invadía aquella sala blanca llena de batas azules, pero por fin el niño salió, se lo pusieron en su pecho y solo por unos segundos se sintió paz y alivio a partes iguales, aunque esa felicidad duró poco. La madre era la que vio que el niño respiraba con dificultad, como cuando sacas al pez de su pecera y pone su boca entreabierta buscando el oxígeno que necesita para poder seguir vivo, y entonces ella avisó a la enfermera, inmediatamente se lo arrancaron de los brazos y lo llevaron unos pasos atrás donde varias personas intentaron reanimarlo, pero ella no hacía más que girar su cabeza mientras le cosían ese profundo agujero del que solo salía sufrimiento, estaba muy nerviosa y algo le metieron para adormecerla.
Cuando abrió los ojos estaba en recuperación, su pareja iba a verle de cuando en cuando diciéndole que el niño estaba en buenas manos pero ella adivinaba por su gesto que no pintaba bien el asunto. Finalmente la subieron a planta y en la habitación seguían esperando noticias, todo era una incertidumbre con letras mayúsculas. Fue a verle a neonatología, necesitaba estar a su lado, y aún ella recuerda lo vacío y oscuro de esa habitación, el niño estaba lleno de cables y pinchazos por todo su cuerpo, ella sentía punzadas en cualquier poro de su cuerpo, dejó su chaqueta al lado del niño para que pudiera sentirla cerca con su caluroso olor y se marchó de nuevo a la habitación mientras todos los médicos seguían trabajando sin descanso.
A ella no le frenaba nada, estaba con la adrenalina por las nubes, la habían rajado debajo de la tripa y cosido con un montón de puntos y a las cuatro horas ya estaba en pie sin hacer caso a las enfermeras de que guardara reposo, cuando se trata de tu hijo nada ni nadie puede detenerte y ahí es cuando sacas el coraje desde tus entrañas aunque estén adormecidas y levantas muros de piedra si crees que es necesario para poder sobrellevar la impotencia y la rabia que con lágrimas sufre tu cuerpo al no poder hacer absolutamente nada.
Fue un día muy largo, los minutos parecían horas, y las horas días completos, finalmente se decidió un traslado a un hospital de la capital donde disponían de más medios para poder salvarlo. Fue como una película, habían preparado tres ambulancias, en una iría el niño, en otra un equipo de médicos por si había que parar en medio del atasco que se formaba a esas horas en las carreteras colindantes, y en la otra ambulancia iban los padres, que además era la primera, la que iba abriendo camino, ella no paraba de mirar por esa diminuta ventana de la puerta trasera el séquito que llevaban, no perdía de vista la ambulancia con el niño, y además iban escoltados por la policía para abrirse camino entre tantos coches la tarde de regreso de fin de semana que siempre había un domingo por la tarde. Recrear ese momento es digno de contar, pues el camino era difícil, lleno de dolor y solo muy al final se veía una pequeña línea roja que nadie quería cruzar, la de la muerte.
En el otro hospital todos esperaban la llegada, fue un caso muy comentado no sólo ese día sino que se habló de ello durante mucho tiempo por allí, una vida estaba a punto de perderse pero nadie se daba por vencido. A la madre la dejaron en una sala esperando con la tensión inundando las venas de su cuerpo etéreo, intangible, porque para ella no estaba allí, su mundo era otro paralelo al que no encontraba un camino para poder regresar. Si la hubieran pellizcado no lo habría sentido, su mente estaba conectada a la de su bebé y estaban juntos luchando por salir de aquella situación cuanto antes.
Cuando ya tenían asignada habitación y llegaron todos los familiares varios médicos subieron con el semblante serio y en tensión, les dieron a firmar un consentimiento y dijeron:
"A su hijo hay que someterle a un tratamiento a vida o muerte, con muy poca esperanza de vida y es urgente. Se trata de un soporte mecánico con membrana de oxigenación extracorpórea veno-arterial (ECMO) con evolución a corto y largo plazo tras la retirada de la asistencia".
Aquellas 48 palabras conmocionaron al mundo, a su mundo, a su universo lleno de incertidumbres e inseguridades. Al suyo propio y al de nadie más. Sentía la vida florecer en sus manos y al mismo tiempo una ráfaga de viento inesperada se la arrancaba de su ser, sin preguntar siquiera, con el alma en vilo y el corazón en mil pedazos. La magia de la maternidad había perdido forma y sobre todo el encanto del que todo el mundo habla, todos sus sentimientos quedaron truncados y ya todo carecía de sentido. Pero no estaba todo perdido. Había que seguir luchando.
El niño estuvo 72 horas sometido a esa máquina que llaman vulgarmente resucita muertos, pero había un hilo de esperanza, parecía que estaba asomando un rayo de luz de entre la tormenta, el niño era un ángel disfrazado de astronauta porque no podía tener más cables ni más vías pinchadas a lo largo y ancho de su diminuto cuerpo, además de un aparato con un gran tubo para poder respirar pegado a su frágil y a la vez tierna carita.
Su problema fue que habiendo estado tanto rato esperando para poder salir al exterior sufrió un síndrome meconial, es decir, se tragó sus propios líquidos y los que quedaban dentro de su madre y al salir nació ahogándose en su propia mierda. Es duro decirlo así, pero así fue. La máquina lo que hacía era sacar la sangre y oxigenarla para volver a meterla en su cuerpo ya regenerada, pero era algo difícil de comprender. Lleva a confusión, en cualquier momento su vida podía irse sin haberla siquiera vivido. Triste, muy triste. Las primeras 48 horas fueron decisivas y muy largas pero fueron suficientes, parece que todo estaba respondiendo. A los padres solo les quedaba la esperanza de que ese raro pero al parecer efectivo tratamiento no trajera complicaciones, porque podía haberlas, podía sufrir su corazón, su movilidad, sus pulmones podían quedar muy dañados, pero finalmente, nada de eso pasó. Fueron tres semanas de ir y venir al hospital todos los días porque las enfermeras cuidaban de él como de tantos otros niños que nacen con problemas, día y noche, sin descanso, su labor es más que conocida aunque muy mal pagada, pero allí estaban esos seres de luz, para darles de comer, cambiarles pañales y darles la medicación, incluso te abrazan y te dan ánimos para que no desesperes en medio de tanta muerte acechando alrededor. Te decían que te fueras a dormir a casa para recargar pilas y al día siguiente estar otra vez al cien por cien con tu hijo dándole todo el cariño y apoyo que necesita, y eso cansa mucho, más que cualquier esfuerzo físico.
Y así fue como después de tres semanas, y con más drogas en su pequeño cuerpo que biberones, al fin, se le dio el alta, se fueron a casa con un niño con síndrome de abstinencia por todos los fármacos que había tragado en su estancia hospitalaria, las dos primeras semanas en casa era como tener un yonki llorando día y noche pidiendo más, con la intriga de lo que sucedería después, les esperaban años de idas y venidas al hospital para pruebas, consultas y muchísimo más, pero cuando se tienen tantas ganas de vivir ya nada importa.
Así fue como Fernando, ese niño de manitas inocentes, piel fina y blanquecina, uñas largas y pelo abundante y negro creció con normalidad, y justo en mayo meses antes de que llegara su sexto cumpleaños, se le dio definitivamente el alta para no volver nunca, aunque jamás será un niño cualquiera, tiene sus riesgos aunque ya son muy pequeños, tendrá que cuidarse, pero a día de hoy sólo sonríe y da vida y esperanza a sus padres y familia que lo quieren con locura, con la locura que se celebra un nuevo nacimiento de un niño sano cada minuto en el mundo. Pero hay muchos que por desgracia no tienen la oportunidad, así que brindemos por todos los que siguen con nosotros, esos niños han tenido mucha suerte.
FIN
Gracias a la Maternidad del Hospital Gregorio Marañón de Madrid mi hijo ha tenido una oportunidad. Y eso es algo que no olvidaré jamás.
Relato presentado al II Desafío Relato48 de Exlibric 2022.
Canción recomendada para este post:
"Gente luminosa". El arrebato.
Y así fue como mi superheroe vino al mundo ❤️, a darnos felicidad, vida, y un sentido, cuidar de él y que sea feliz.
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